Distribuidos por todas las paredes de su guarida, el cazador de trofeos Rengar tiene los cuernos, garras, cabezas y colmillos de las criaturas más letales de Valoran. Aunque su colección es enorme, Rengar no está satisfecho y sigue buscando incansablemente presas mayores. Dedica tiempo a cada muerte, estudiando su presa, aprendiendo y preparándose para el siguiente encuentro con el monstruo que nunca ha conseguido derrotar.
Rengar nunca conoció a sus padres reales, pero fue criado por un humano que era considerado un cazador legendario. Era el pupilo ideal, que absorbía las lecciones de su padre y las mejoraba gracias a unos inquietantes instintos feroces. Antes de que le hubiese crecido del todo la melena, Rengar partió en solitario y reclamó un amplio territorio para sí. A lo largo de su perímetro, clavó las calaveras de sus presas; una advertencia para los posibles agresores. Creía que tener el dominio completo de una región lo llenaría, pero en vez de eso, estaba cada vez más inquieto. Ninguna bestia en sus dominios supuso un desafío, y al carecer de grandes adversarios contra los que dar lo mejor de sí mismo, el espíritu de Rengar menguó. Temía que no hubiese ninguna presa digna, que nunca más volvería a sentir la emoción de la cacería. Pero cuando las cosas parecían estar más negras que nunca, encontró al monstruo. Era un ser alienígena, desconcertante, que claramente no era de este mundo. Tenía grandes guadañas por garras y devoraba a cualquier animal que se interpusiese en su camino. Emocionado al tener ante sí un posible desafío, Rengar emboscó al monstruo de forma precipitada. Estaba muy por encima de cualquier otra cosa que hubiese cazado antes. La pelea fue feroz, y ambos sufrieron graves heridas. Rengar perdió un ojo, pero el golpe más doloroso lo sufrió en su orgullo. Nunca antes había fracasado en la tarea de matar a su presa. Aún peor, la gravedad de sus heridas le obligó a retirarse. Durante los días siguientes, se debatió en el umbral entre la vida y la muerte. Estaba sufriendo un gran dolor, pero también había un toque de alegría. La cacería estaba en marcha. Si existían criaturas muy poderosas en este mundo, las encontraría y luciría con orgullo sus cabezas. Sin embargo, la muerte de ese monstruo era algo que quería saborear. En la pared más grande de su guarida, tiene un espacio reservado para la cabeza de la bestia, un trofeo que ha jurado que algún día será la pieza central de su colección.
“Caza a los débiles y sobrevivirás, caza a los fuertes y vivirás”.
-- Rengar
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