Deseando hacerse con el control de su destino, la antigua y moribunda planta Zyra transfirió su consciencia a un cuerpo humano con el objetivo de tener una segunda oportunidad. Hace siglos, su raza había dominado la selva de Kumungu, usando espinas y vides para consumir a todo animal que se adentrase en su territorio. Los años pasaron y la población animal fue muriendo poco a poco. La comida era cada vez más escasa, y Zyra no pudo hacer nada más que ver cómo su especie se marchitaba. Creía que iba a morir sola, hasta que apareció una incauta hechicera que se convirtió en una oportunidad de salvación.
Era la primera vez en años que Zyra sentía a otra criatura tan cerca. El hambre la llevó hasta la hechicera, pero otro instinto distinto, más profundo, determinó sus movimientos. Envolvió a la mujer en espinas con suma facilidad, pero mientras saboreaba esta última comida, unos recuerdos desconocidos invadieron su mente. Vio grandes junglas de piedra y metal en las que proliferaban humanos y animales. Una magia muy potente fluía por sus vides y divisó un elegante pero arriesgado plan para sobrevivir. Con los recuerdos de la mujer, Zyra vertió la nueva magia que había descubierto en la creación de un recipiente con forma humana. Desconocía qué tipo de mundo la esperaba, pero no tenía nada que perder. Cuando Zyra abrió los ojos, se vio sobrecogida por el gran poder que fluía por sus dedos. Sin embargo, no fue consciente de su vulnerabilidad hasta que no se percató de los marchitos restos de la planta que una vez fue. De morir este cuerpo, no habría ninguna red de vides por la que retirarse, ni raíces para volver a crecer... Pero se sentía realmente viva. Por primera vez, estaba viendo el mundo igual que lo hacían los animales. Una sonrisa sombría asomó en sus labios. Había renacido, y había muchas cosas a su alcance.
“Cuanto más cerca de la flor, más cerca de las espinas”.
--Zyra
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