Había una vez un hombre de Piltover llamado Corin Reveck, quien tenía una hija de nombre Orianna a la que quería más que a nada en el mundo. Pero aunque Orianna demostraba un increíble talento para el baile, se sentía fascinada por los campeones de la Liga de Leyendas. Esa fascinación la impulsó a comenzar un entrenamiento para llegar a ser una campeona. Desgraciadamente, su gran ingenuidad también la impulsó a afrontar riesgos innecesarios, los cuales acabarían desembocando en su trágico fallecimiento. La muerte de Orianna destrozó a Corin, sumiéndolo en una profunda depresión en la que se obsesionaría con la tecmaturgia. Incapaz de soportar el vacío que su hija había dejado en su vida, decidió construir un reemplazo; uno que pudiese hacer realidad el sueño de Oriana de unirse a la Liga. Lo que creo fue una máquina de matar, con un mecanismo de relojería, a la que Corin llamó como su hija. Sabía que estaba destinada a ser una campeona y, viendo cómo estaban cambiando los tiempos, creó La Bola para que actuase como su mascota y protectora. Esta creación casi simbiótica usa un tipo diferente de tecmaturgia, ya que depende más de la electricidad que de los mecanismos de relojería.
Ahora, Orianna y La Bola combaten como campeones de la Liga de Leyendas, guiados por su moralidad, en ocasiones equivocada. Ella intenta con todas sus fuerzas encajar entre los que la rodean. Sin embargo, no importa cuánto se esfuerce, Orianna nunca podrá ser humana y siempre hay algo extraño e incómodo en ella. Aunque intenta disfrutar de la interacción social con otros campeones de la Liga de Leyendas, son muy pocos los que consiguen pasar por alto su naturaleza exótica. Para muchos, es como si no hubiese nada dentro, como si Oriana fuese solo un caparazón con un mecanismo de reloj pero sin alma; y, además, es alguien mortífero y peligroso. Pese a todo, a los ojos de su padre sigue siendo la hija perfecta.
‘‘Baila conmigo, mascota mía. Baila conmigo hacia el olvido’‘.
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